La ética no sólo significa tener un comportamiento legalmente apropiado con el cliente, mantener sus documentos y su información de manera confidencial, sino ser honesto en cuanto al alcance y las áreas de conocimiento del traductor.
Un traductor no se convierte en perito simplemente por haber cumplido con los requisitos de un tribunal, sino porque tiene la capacidad y los conocimientos necesarios para traducir de manera fiel y correcta.
El traductor capacitado, con la experiencia e intuición que le brinda la traducción con la práctica, puede lograr un documento que además de estar bien traducido cuente con la interpretación correcta de los conceptos y los hechos ahí vertidos.
No es lo mismo traducir palabras que conceptos e ideas concretos, cuando el traductor domina un tema, sobre todo cuando la traducción debe portar la certificación de un perito en la materia y se debe presentar ante un tribunal, por ejemplo, en la traducción legal, el traductor debe saber qué tipo de documento está traduciendo, cuál es el formato y los términos apropiados y necesarios y cuáles son sus implicaciones y objetivos.
Para saber dónde investigar y cómo utilizar los conceptos y la terminología correctos, el traductor debe contar con conocimientos previos de la materia. Y esto nos lleva nuevamente a la ética, es mejor comentar con el cliente si el traductor es capaz de hacer un trabajo bien hecho y de calidad, que le sirva al cliente para los fines que éste crea convenientes, que querer ganarse a un cliente y al final perjudicarlo con su actitud poco ética.
Lo mismo se aplica a los tiempos de entrega. El traductor con ética cumple con la fecha límite que le ofrece al cliente, en lugar de perjudicarlo al entregarle en una fecha posterior.
Por lo que la ética va de la mano con la honestidad, con la capacidad, con la práctica, con la calidad con la que entrega sus traducciones y con la confidencialidad y legalidad con la que actúa.
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